In my skin: La dulce tentación del canibalismo

2008/08/12

In my skin: La dulce tentación del canibalismo

Dirección: Marina De Van
Guión: Marina de Van
Fotografía: Pierre Baurogier
Edición: Nike fromenin
Intérpretes: Marina de Van, Laurent Lucas
Música: Esbjorn Svensson (q.e.p.d.)
Origen: Francia, 2002
Duración: 90 minutos.
Aspecto en pantalla: 1.85:1
DVD: Zafra video

Esther, empleada de medio pelo en una empresa publicitaria sufre un pequeño accidente en una fiesta lesionándose una pierna. La herida consecuente provocará en ella el deseo de mutilar su cuerpo para beber su sangre y degustar su propia carne.

Durante su etapa más prolífica, David Cronenberg nos había acostumbrado a los personajes cuyos cuerpos se veían modificados de manera inexorablemente monstruosa sin poder controlar o retardar el final inexorable de la aullante podredumbre de la carne. En este caso, la deformidad no es producto de mutaciones genéticas, es la fascinación por la sangre y carne propias, por la felicidad que solo pueden entender aquellos proclives a la automutilación y que han comprobado (como su servidor) que sólo la sangre se parece a la saliva.


Si bien Cronenberg nos había presentado en Crash sola fascinación por los cuerpos deformados por accidentes de tránsito, en este caso Marina de Van, como hija pródiga además de Lynch, Cerdá, Miike y Mehrige, nos presenta la fascinación, sólo equiparable a la dicha infantil del descubrimiento, por la propia entraña, por la propia carne, por la fusión incomparable de la sangre el placer y la muerte.

Porque una vez que Esther descubre el placer de la propia sangre corriendo no puede haber vuelta atrás, sólo una serie de dulces círculos concéntricos en los que la carne al descubierto es la única que puede vivir.

Mojigatos y amantes de meterse en las vidas ajenas y que creen que pueden erigirse en guardias morales de la humanidad, mejor absténgase. Aquellos que de pronto ante el espejo se encontraron fascinados con su propia sangre, lléguenle sin dudar.

Esther tenía su pequeña adicción. ¿Acaso no tenemos todos un hábito especial? ¿un gusto particular? ¿una dulce afición privada? ¿una fantasía de la cual otros son mansos protagonistas?

A veces pienso que lo mejor que podemos hacer ante la vida de mierda que enfrentamos todos los días es arrancarnos los ojos, partirlos en cuatro, arrancarnos las plantas de los pies y las yemas de todos los dedos, y después proceder a una sesión paroxística de autoerotismo adicionado con regadera y cinturón al cuello.